La derrota de una coalición de ciudades griegas frente al macedonio
Filipo II en la batalla de Queronea del 338 a.C., y la subida al trono
de Alejandro III ‘Magno’ en 336 a.C. marcan el inicio del periodo helenístico,
de enorme complejidad histórica y arqueológica. Las colosales
conquistas de Alejandro en Oriente, la destrucción del imperio persa
y la fundación de numerosas ‘Alejandrías’ por toda Asia marcaron
el inicio de una nueva época, en la que serían los estados
territoriales monárquicos, basados en ejércitos profesionales
y un fisco rapaz, los que se superpondrán, sustiyéndoa a
veces, a la vieja articulación de la polis. A la
muerte de Alejandro su imperio se dividió en reinos ‘helenísticos’
gobernados con mayor o menor fortuna o capacidad por sus generales y los
descendientes de éstos, hata que, uno por uno, y terminando con
Egipto en el 30 a.C., fueron absorbidos por la expansiva Roma. Arqueológicamente
el periodo helenístico es tan rico y variado como su historia política.
Desde Iberia y hasta Afganistán la influencia helénica, enriquecida
y matizada por el contacto con numerosos pueblos bárbaros de antiquísima
civilización, y basada en el núcleo urbano como foco de cultura,
impregna el mundo conocido. La contención y búsqueda de equilibrio
del arte clásico se sustituye por una visión más experimental
y a menudo atormentada, mientras que las llamadas ‘artes menores’ alcanzan
una enorme riqueza.