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¿Jinetes o Caballeros?

EN TORNO AL EMPLEO DEL CABALLO EN LA EDAD DEL HIERRO PENINSULAR.

Fernando Quesada Sanz

Publicado originalmente en La Guerra en la Antigüedad. Catálogo de la Exposición. Madrid, 1997, pp. 185-194).

Bibliografía


En las salas de los museos y en las páginas de los libros es habitual encontrar restos de diversos arreos de caballo fechables en época ibérica y celtibérica, y representaciones de guerreros a caballo sobre distintos soportes. Si a estos objetos e imágenes añadimos los numerosos textos de época romana que nos hablan de la abundancia y bondad de los caballos de Iberia, y de la habilidad de sus jinetes, parece natural que sea un lugar común creer en la existencia de una afamada 'caballería ibérica', sin distinción de áreas geográficas ni precisión de periodos históricos. En estas páginas vamos a examinar este consenso y propondremos algunas visiones alternativas, pero para ello conviene examinar primero algunos conceptos de base.

Figurilla en bronce de guerrero ibérico

Desde un punto de vista militar, caballería no es una colección de hombres montados a caballo, de 'caballeros' en la primera acepción que de esta voz da el Diccionario de la Real Academia. La existencia de 'caballería' implica la de jinetes, 'soldados de a caballo', que comparten un sistema organizativo, táctico e incluso logístico. Estos rasgos pueden ser explícitos, estructurados e incluso puestos por escrito, como en el ejército romano imperial, y entonces podemos hablar del 'arma de caballería'. O pueden ser implícitos, difusos y consuetudinarios, como en los númidas o algunos pueblos de las estepas asiáticas, y entonces hablamos de una 'caballería irregular' o incluso de un ´pueblo de jinetes'. Pero en ambos casos el término caballería implica el uso de agrupaciones -o formaciones- de jinetes de un cierto tamaño, de pocas decenas a muchos millares de jinetes, capaces de maniobrar con una táctica común y formaciones reconocibles. Que esta táctica sea de choque, de carga frontal hasta el contacto físico con el enemigo, como en el caso de los catafractos sasánidas; o que sea de hostigamiento, con lanzamiento de flechas a distancia, como en el caso de los arqueros ligeros partos, es secundario. Lo esencial es que se comparte una doctrina de empleo del arma, aunque sea de modo intuitivo. Si por el contrario tenemos una colección de hombres a caballo que emplean éste a modo de cómodo y distinguido vehículo de transporte hasta el campo de batalla, pero tienden a desmontar para combatir en una formación de infantería, entonces tenemos infantes o como mucho 'infantería montada' -concepto en absoluto despreciable, como muestra por ejemplo su eficacia entre los boers del s. XIX. Incluso si un grupo de individuos combaten a caballo entre otros que lo hacen a pie, debido a su categoría de jefes, o si ocasionalmente un grupo de caballeros -infantes montados- cargan contra el enemigo, tampoco podemos hablar de 'caballería' en sentido estricto.

Figurilla en bronce de guerrero ibérico

La caballería siempre ha gozado de una ventaja psicológica con respecto a un enemigo a pie, en parte por el ruido atronador de los cascos de una unidad de caballería lanzada al ataque, por la mayor altura del jinete -que compensa su inferior estabilidad-, y, también, por la capacidad de retirarse a gran velocidad si las circunstancias lo aconsejan. Esta ventaja psicológica, bien aprovechada, se puede convertir fácilmente en una ventaja táctica si la caballería se emplea de modo adecuado y en el momento preciso, cuando el enemigo a pie empieza a ceder, o si se la apoya adecuadamente con las otras armas del ejército. La Historia proporciona ejemplos a centenares de buen y mal uso de la caballería, desde Carras hasta Waterloo. A la inversa, las unidades de caballería son por lo general menos numerosas que las de infantería, menos capaces de reorganización rápida una vez perdida la cohesión, y mucho más delicadas y caras de mantener, debido a la fragilidad de su principal instrumento, los caballos. Si además la caballería pierde su cohesión, si ha de combatir en forma de jinetes aislados, sobre todo en un entrono urbano, entonces pierde toda su ventaja. En una época tan cinematográfica como la nuestra quizá sea bueno poner un ejemplo fílmico. En la magnífica película del japonés A. Kurosawa Los siete samurais, que diera lugar al más conocido subproducto americano Los siete magníficos, un numeroso grupo de bandidos a caballo acosa una aldea de pobres campesinos que cuentan como todo refuerzo con el 'corsé' que supone la presencia de siete soldados profesionales. Quien haya visto la película recordará la impresión que causa la carga furiosa de una treintena de caballeros en un espacio más o menos abierto fuera de la aldea; sin embargo, estos bandidos no forman una unidad de caballería, y dejan que algunos de sus miembros se separen del grupo, quedando aislados entre las casas del pueblo; desde ese momento son presa fácil incluso para los inexpertos y asustadizos aldeanos.

El elevado coste de mantener un caballo ha hecho que desde la Antigüedad el 'noble bruto', haya sido un signo de distinción y nobleza. Desde la domesticación del caballo, las unidades de caballería han sido patrimonio en el ámbito mediterráneo -dejamos aquí de lado las estepas asiáticas- de Estados poderosos capaces de costearse este arma. Incluso en el ejército de Alejandro Magno, famoso por su falange, era la caballería de los Compañeros la principal unidad de élite, con la que combatía el propio rey. En otros estados o pueblos que no contaban con verdadera caballería -como buena parte de las poleis griegas de época arcaica, el caballo era sólo -y ya es bastante- un signo de riqueza, nobleza y posición social, y un transporte cómodo hasta el campo de batalla, momento en que el hippeos descendía para combatir.

Durante la Edad del Bronce, en la segunda mitad del segundo milenio, buena parte de las funciones de caballería las ejercían grandes unidades de carros ligeros, en las que un auriga guiaba el vehículo mientras que un combatiente arrojaba flechas y jabalinas; aunque se conocía una rudimentaria monta, sólo sabemos del empleo de jinetes desarmados como mensajeros y exploradores por datos escasos, como algunos relieves egipcios del Imperio Nuevo. La verdadera caballería sólo tuvo un vacilante comienzo a inicios del I milenio, cuando los asirios experimentaron en época de Assurnasirpal II y Salmanasar III, en el s. IX a.C. con un sistema de parejas de jinetes, uno disparando y el otro, a su lado, guiando su propio caballo y el del arquero. Pronto, sin embargo, las técnicas de equitación mejoraron y aparecieron verdaderas unidades de caballería, pesada y ligera, que acabaron rápidamente con el papel militar del carro, que quedó casi siempre reducido al ámbito ceremonial. Mientras esto ocurría en el Próximo Oriente, los pequeños estados griegos y etruscos no desarrollaron una verdadera caballería, hasta el punto de que sólo siglos después. hacia el s. V a.C., comenzó a desarrollarse en Grecia una verdadera caballería, que en Roma tardaría aún más en constituirse. De hecho, la mayoría de loos pueblos del Mediterráneo durante la Edad del Hierro basaron sus ejércitos en masas de infantería pesada auxiliadas por infantería ligera y pequeñas -muy pequeñas a veces- unidades de caballería. Sólo a partir del último tercio del s. IV, y sobre todo con la II Guerra Púnica (218-202 a.C.) aparecerá la caballería como un arma decisiva en el campo de batalla.

En este contexto ¿qué podemos decir sobre el papel militar del caballo en la Península Ibérica durante la Segunda Edad del Hierro, entre el s. VI a.C. y la conquista romana en los ss. II-I a.C.?. A nuestro juicio, y en primer lugar, que no se puede generalizar: hoy estamos ya en condiciones de diferenciar entre el ámbito ibérico propiamente dicho y el mundo del interior peninsular; y por otro lado, podemos -y debemos- distinguir claramente entre las fases antiguas y las recientes de este largo lapso histórico.

Relieve de una divinidad asociada a los caballos de Villaricos (Almería).

Relieve de una divinidad asociada a los caballos de Villaricos (Almería).

Por lo que se refiere al ámbito ibérico, el primer rasgo que llama la atención es la extrema escasez de bocados de caballo y espuelas en los ajuares de las tumbas. Por ejemplo, en una necrópolis antigua importante como es la de Cabezo Lucero no hay un sólo arreo de caballo o espuela, cuando más de la mitad de las sepulturas contienen armas. Esa escasez se mantiene en lugares como Los Villares de Albacete o Galera en Granada. Lo mismo ocurre en otros yacimientos importantes más tardíos, como La Serreta de Alcoy (cerca de un centenar de tumbas sin bocados y sólo alguna espuela) o Cabecico del Tesoro en Murcia (600 tumbas, ningún bocado seguro y sólo alguna espuela). Entre el medio millar de sepulturas del Cigarralejo, tampoco hay apenas arreos, que se limitan a siete bocados y algunas espuelas en un 2.8% del total de sepulturas; en el conjunto de Almedinilla (Córdoba), donde las asociaciones se han perdido, tenemos un panorama similar. En conjunto, y a título indicativo, bocados y espuelas suponen sólo un total del 4.5% de armas (en el sentido más amplio) de la Edad del Hierro en el ámbito ibérico.

 

Es muy raro, por otro lado, encontrar un elemento de arreo sin asociación con armas, lo que indica la íntima asociación de ambas categorías de objetos. Desde este punto de vista, es también significativo que en sólo un 6.6% del total de 700 tumbas ibéricas con armas aparecen arreos de caballo, y que estas tumbas son por término medio las de mayor riqueza y complejidad del ajuar.

No se aprecia una variación importante con el paso del tiempo, de modo que ni en las tumbas más tardías del Cabecico del Tesoro, que llegan al s. I a.C., o en el Cigarralejo, se multiplican los arreos de montar según transcurre el tiempo.

Sin embargo, esta escasez de bocados o espuelas contrasta con la frecuencia con que el caballo aparece representado en la iconografía. En los monumentos escultóricos antiguos, fechables a principios del s. V a.C. (como Porcuna en Jaén o Los Villares en Albacete) la imagen del caballo es principal. En Los Villares en forma de un caballero inerme pero orgullosamente montado sobre el caballo que coronaba un túmulo funerario; en Porcuna la escena es bélica, pero significativamente un guerrero que está acabando con un enemigo va a pie y lleva el caballo de las riendas, esto es, combate desmontado. En otras piezas, como el caballo de Casas de Juan Nuñez, la soberbia calidad del modelado, y sobre todo el cuidado puesto en la representación de los detalles de monturas, cabezadas, etc. indican bien claramente la importancia de este animal, sin olvidar la existencia de santuarios dedicados a una divinidad de los caballos (como el del Cigarralejo, y otros en la cuenca del Genil). En conjunto la sensación que obtenemos, y esta es la hipótesis con que trabajamos en la actualidad, es la de que entre el s. VI y el III a.C. en territorio ibérico el caballo era un importante símbolo de estatus, empleado como tal en monumentos funerarios; un elemento tan importante que incluso había una divinidad de los caballos. Sin embargo, su uso estaría limitado a los elementos dominantes de la sociedad, que lo exhibirían orgullosamente en los monumentos escultóricos colocados sobre sus tumbas. La existencia de una verdadera clase de hippeis o équites vendría además reflejada en la presencia de un número muy reducido de arreos de caballos en los ajuares funerarios de las tumbas más importantes. Sin embargo, el mismo coste del animal, la misma importancia que la iconografía aristocrática le otorga, nos llevan a pensar que no habría una verdadera caballería como arma, esto es, que no existiría un número suficiente de caballeros como para formar unidades de jinetes. El tipo de combate que cabe esperar es precisamente el reflejado en el monumento de Porcuna: los caballeros, los hippeis o equites ibéricos, descenderían normalmente del caballo ants de entrar en combate.

Reconstrucción (según I. Negueruela) de un conjunto escultórico monumental de Porcuna

A partir de finales del s. III a.C., con la entrada de Iberia en el marco de la Segunda Guerra Púnica, comenzamos a tener nuevas fuentes de información. Por un lado, las escenas figuradas en la cerámica del estilo de Liria presentan algunos frisos de guerreros a caballo que podrían -sólo podrían- indicar la presencia de una verdadera caballería. Por otro lado, las fuentes literarias referidas a la participación de tropas indígenas -por ejemplo ilergetes- como auxiliares de cartagineses y romanos, o, poco más adelante, como oponentes de esos mismos romanos, nos hablan ya de la presencia de considerables fuerzas de jinetes, como los 300 ilergetes que -entre otros- Aníbal dejó como guarnición en Hispania antes de cruzar los Pirineos, o los 2.500 jinetes que, junto a 20.000 infantes, consiguieron reunir de entre varios pueblos coaligados en 206 a.C. Indíbil y Mandonio para enfrentarse a Roma, cifra que aumentó según las fuentes (Livio sobre todo) a unos 30.000 infantes y 4.000 jinetes en una nueva campaña al año siguiente. En esas mismas décadas cartagineses y romanos habían reclutado o alquilado contingentes auxiliares considerables, entre los que se citan tropas de caballería en números de centenas.

Reconstrucción (según I. Negueruela) de un conjunto escultórico monumental de Porcuna

 

Por tanto, si hemos de atender a estas fuentes literarias, a lo largo del s. III a.C. se habían dado las condiciones para la aparición de suficientes caballos y jinetes para que diferentes pueblos pudieran tener jinetes por centenares, y sus confederaciones incluso en millares. Quizá este proceso tenga que ver con el proceso de descomposición de las antiguas monarquías sacras y aristocracias heroicas ibéricas características de los ss. VII-IV a.C., con la aparición de un número creciente de séquitos guerreros, al modo de hetairoi y devoti, y quizá con una hipotética extensión del ganado caballar. La otra opción es que la eclosión de una verdadera caballería de jinetes -por oposición a los antiguos caballeros individuales de plena época ibérica- se debiera más al impulso de las necesidades militares de cartagineses y romanos, que ya tenían su propia y sólida infantería, y que necesitaban infantería ligera y caballería, más que a un desarrollo interno. Desde luego, ese fue el caso más adelante en el tiempo, cuando a mediados del s. I a.C. Hispania se vio envuelta en las sucesivas guerras civiles romanas. Entonces, César y Pompeyo pudieron reclutar jinetes hispanos por millares, como por ejemplo los 3.000 reclutados en 48 a.C. por Q. Casio Longino. De todos modos, esta caballería entra más dentro del marco de la historia militar romana republicana.

Jinete sobre cerámica en un kalathos cerámico de Alcorisa (Teruel).

Jinete sobre cerámica en un kalathos cerámico de Alcorisa (Teruel).

Por lo que se refiere a los pueblos del interior peninsular, la situación durante los siglos anteriores a la II Guerra Púnica es similar a la descrita para el ámbito ibérico, aunque con una diferencia: los elementos iconográficos que permiten defender la existencia de una verdadera clase de 'caballeros' propietarios en el mundo ibérico son mucho más escasos. En cambio, la proporción de tumbas con arreos de caballo, aunque tan escasa con respecto al total de sepulturas como en el ámbito ibérico, es más elevada en relación al total de tumbas con armas. En efecto, en ambos mundos la proporción de tumbas con arreos es mínima, inferior al 3%; sin embargo, mientras que en las zonas ibéricas sólo un 6.6% de las tumbas con armas tienen arreos (sobre una muestra analizada de 700 tumbas con armas), en las Mesetas la proporción sube al 21.4% (sobre una muestra de 322 tumbas). Esto podría ser indicio de la existencia de un número suficiente de caballeros como para justificar la existencia de una 'caballería' propiamente dicha. Sin embargo, el número absoluto de tumbas con arreos es muy bajo, incluso inferior al del ámbito ibérico, por lo que el dato es inseguro. Se podría argumentar que la mayoría de los jinetes no llevara arreos metálicos, sino simples cuerdas para guiar a los caballos, al modo de los númidas. Sin embargo, tal cosa no cuadra con la composición de los ajuares conocidos, porque un filete simple es de muy sencilla fabricación, ya que ni siquiera requiere unas cualidades de resistencia o flexibilidad similares a las de una espada o puñal. Si los iberos o celtíberos no pudieron fabricar bocados, tampoco habrían fabricado puntas de hierro, contentándose con estacas aguzadas al fuego. Por otro lado, las referencias de algunas fuentes referidas a celtíberos y lusitanos documentan una forma característica de combatir propia de una 'infantería montada' más que de una verdadera caballería, hasta el punto que Polibio (o más bien el su texto transmitido por la Suda) nos habla de que los celtíberos llevaban una estaca férrea para clavarla al suelo y sujetar a los caballos a retaguardia mientras combatían a pie 'junto con la infantería'. Con todo, y como en el ámbito ibérico, las fuentes nos dan la impresión de la existencia de un núermo creciente de jinetes entre las fuerzas que Celtíberos y Lusitanos alzaron contra la inexorable penetración romana.

 

A partir de la total anexión romana de Hispania desde Augusto, coincidiendo con el cambio de Era, es cuando las fuentes literarias romanas comienzan a insistir en la calidad de los caballos hispanos -aunque no por encima de los de otras regiones del Imperio. Con todo, las referencias a reclutamiento de alae auxiliares de caballería en Hispania son comparativamente reducidas, como han mostrado Roldán o Roux y en todo caso las alae Asturum, Vettonum o Arevacorum pronto perderían su composición étnica original una vez destinadas a la defensa de remotas fronteras del Imperio.

BIBLIOGRAFIA

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