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Armas, ritos y la imagen ibérica

LANZAS HINCADAS. ARISTÓTELES Y LAS ESTELAS DEL BAJO ARAGÓN

En la Cultura Ibérica las armas frecuentemente aparecen representadas en pintura cerámica, escultura, etc. Muchas veces estas representaciones pueden reflejar un contenido ritual como danzas sagradas en armas, o ritos sacrificiales en honor de un príncipe difunto (combates gladiatorios, etc.).
 

Las estelas del Bajo Aragón con representación de lanzas constituyen un grupo bastante homogéneo (con una veintena de piezas) que han sido objeto ya de varios estudios de conjunto (Schulten, 1912; Cabré, 1915?20; Fernández Fuster, 1951; Marco Simon, 1978) además de otros parciales (Marco Simón, 1976; Atrian, 1979; Benavente, 1987). No utilizaremos en este trabajo las estelas discoideas de los conventos cesaraugustano y cluniense, de tipología diferente y cronología posterior, sobre todo augustea (Marco Simón, 1978:89).

Los relieves bajoaragoneses tienen una datación problemática debido a la ausencia de contexto fiable, como en realidad ocurre con todas las estelas de la Meseta Norte (Marco, 1978:88). Cabré (1915?20:635 ss.) propuso un periodo del s. III al I a.C. que sigue siendo aceptable, aunque matizado por estudios modernos. Marco (1978: 91) acepta un margen dentro del s. II a.C., con perduraciones en el I a.C. Otra línea tiende a enfatizar una fecha más avanzada, dentro del s. I a.C. (Fernández Fúster, 1951:20; Blázquez, 1975:105; 1977:282). En las estelas se representa siempre un número variable de lanzas dispuestas verticalmente. En ocasiones constituyen el tema principal y en otras ocupan registros secundarios, dejando el registro central para escenas en las que aparecen jinetes armados (Figs. 1a?c). Lo normal es que sólo se represente la moharra de la lanza, apuntando hacia arriba. Sólo en cuatro casos se representa también el astil y regatón (Figs. 1d, 1g, 2d y 2g). El estudio tipológico de estas representaciones ha sido abordado en alguna ocasión (Marco, 1976:83 ss.; Quesada, 1991:1059?1065), pero no nos detendremos ahora en él, sino que analizaremos otro aspecto.

Figura 1

Figura 1

 

Figura 2

Figura 2

En su Politica, Aristóteles realizó una serie de consideraciones sobre el deseo de poder y dominación. En ese contexto, citaba referencias de tipo etnográfico a pueblos que honraban esa capacidad de dominación, como los escitas, los persas, los tracios y los celtas. Aludía también a diversos símbolos que indican el valor de las personas en diferentes pueblos , y entre los ejemplos que escogió aparece el siguiente: "Entre los Iberos, pueblo belicoso (Ibersin, ethnei polemikoi) se elevan tantos obeliscos (obeliskoi) en torno a la tumba de un hombre como enemigos haya aniquilado" ( Pol. VII,2,11;1324b) (trad. García Valdés).

Aristóteles escribió durante la segunda mitad del s. IV a.C. No sabemos de dónde tomó su información, que en principio debe aceptarse como algo más que una simple invención. Probablemente Aristóteles bebió de algún autor siciliano, o quizá de Eforo, (vid. FHA II:61). Antes de analizar la evidencia arqueológica que se pueda asociar a esta noticia de Aristóteles, debemos plantearnos cómo traducir obleiskoi. Ya hemos visto como la traducción de García Valdés para la BCG se limita a transcribir el término griego como "obelisco", lo que podría interpretarse de varias maneras. La traducción española podría ser "piedra hincada". El problema es que resulta difícil visualizar una tumba rodeada por un número variable de piedras hincadas que indiquen la belicosidad del individuo en particular y de los Iberos en general. El traductor de la Loeb Classical Library (H. Rackham) prefirió traducir "asadores", mientras que A. Schulten eligió ?con otros autores? el término "lanzas" (Schulten, 1925:216). Esta opción está bien apoyada en textos antiguos (Apiano, BC III, 69; Dionisio Hal. V,46) que emplean este nombre para el largo hierro del pilum. Esta traducción es a nuestro juicio la más plausible y es desde luego la que se ha impuesto en la bibliografía española, desde que Schulten relacionara en 1912 la noticia aristotélica con las representaciones de diverso número de lanzas dispuestas verticalmente en las estelas aragonesas. Con todo, sorprende que Aristóteles no usara el término dory. La idea de Schulten (1912:196) de que las lanzas representadas en las estelas aragonesas ?que él entendía funerarias? sustituían simbólicamente las lanzas reales hincadas es muy sugestiva, pero no fue seguida hasta sus consecuencias últimas por autores posteriores. Marco Simón matizó entre 1976 y 1984 la interpretación directa y "realista" de Schulten o García y Bellido, considerando que las lanzas no representarían, como escribió Aristóteles, el número de enemigos muertos, sino que "indicarían simplemente que el difunto está heroizado. Que esto es así lo prueba el hecho de que el número de lanzas existentes va en función del espacio disponible para decorar la pieza: en buena parte de los documentos son cuatro las que aparecen". (Marco, 1978:34,n. 114).

No dudamos de que las representaciones de las estelas se relacionen con la heroización del difunto (Marco, 1978:33?37, 1984:89 ss.; Blázquez, 1975: 105), denominada en ocasiones "heroización ecuestre" (Blázquez, 1977:281?283; 1983:272). El muerto aparece así a menudo montado a caballo, en una tradición ?documentada en el Mediterraneo y entre los Celtas? que en la P. Ibérica continuaría en las estelas discoidales augusteas de Clunia y otros lugares (sobre las representaciones ecuestres, Marco, 1978:33 ss.). Junto a esta visión se ha propuesto otra (Caro Baroja, 1975:163?164), que postula la existencia de una divinidad ecuestre masculina, que sería la representada en las estelas. En realidad, ambas opciones no son necesariamente excluyentes, como apunta el propio Caro Baroja. Ahora bien, aunque no dudamos de la heroización, creemos que debe discutirse más la interpretación puramente abstracta predominante en la actualidad.

El posible significado de las lanzas se ha puesto a menudo en relación con el de las series de varios escudos de las estelas burgalesas más tardías, aceptándose para ambos casos (p.ej. García y Bellido) un significado relacionado con el número de enemigos vencidos. (crítica de la bibliografía pertinente en los trabajos de Marco, 1976:84?85 y 1984:92?93). Ahora que la investigación tiende a desechar una interpretación tan literal del texto de Aristóteles, proponiendo una interpretación más ambigua (lanza y escudo como "elemento de índole escatológica, que expresa la pujanza, y en definitiva, el estado de apoteosis del muerto" Marco Simon, 1984:93), López Monteagudo, en su publicación de la estela ibérica tardía de Caspe, vuelve a suscitar viejos temas.

En efecto, la estela de Caspe presenta grabados un scutum y tres caetrae, que llevan a López Monteagudo a recordar un pilar griego de Xanthos, en cuya cara B se representó un hoplita y encima seis escudos solapados, todo ello sobre otro guerrero caído. "La escena queda bien explicada por el texto griego grabado en la cara norte del pilar en donde, entre las hazañas de la dinastía licia, se cita su victoria sobre siete hoplitas arcadios. Es decir, la figura del guerrero caído sería la representación de los siete hoplitas que por razones obvias de espacio quedan suplidos por sus escudos". (López Monteagudo, 1983:264). Ante semejante paralelo sólo cabe retomar la idea de Aristóteles en términos más cercanos a la literalidad, aunque es muy cierto que el número de lanzas representadas en estelas se ciñe al espacio disponible ?cuatro es un número habitual? mientras que en ocasiones el número de puntas parece excesivo (al menos 45 lanzas en la de Torre Gachero, Fig. 1h).

Existe además otro problema complementario que no se ha tenido en cuenta a la hora de relacionar el texto de Aristóteles con las estelas bajoaragonesas, y es el espacio de unos dos siglos que media entre el texto del autor griego, redactado hacia el tercer cuarto del s. IV a.C. ?tomando datos aún anteriores? y las estelas aragonesas, datadas entre el s. II y el I a.C. Si la iconografía de las estelas y la costumbre ibérica tienen una relación ?y estamos convencidos de que es así? entonces la representación de lanzas en estelas debe ser un reflejo tardío, terminal, de una costumbre muy anterior, al menos dos siglos más antigua.

Así pues, las estelas suponen la petrificación celtibérica (¿o ilercavona?) de una práctica previa que consistiría en clavar lanzas sobre la tumba del muerto. No es necesario que fueran tantas lanzas como enemigos vencidos: Aristóteles puede recoger una referencia imprecisa deformada por la distancia y el tiempo. En realidad, la costumbre de clavar armas sobre las tumbas se conserva hasta nuestros días, y es por otra parte bastante lógica en sociedades que valoran sobremanera la virtus militar.

A propósito de estas consideraciones, cabe recordar algunos datos arqueológicos que podrían estar relacionados con una práctica antigua de clavar lanzas sobre las sepulturas.

Por un lado, conocemos numerosos casos en que en una sepultura han aparecido regatones ?nunca sabemos la posición exacta en que se hallaron?, pero no la punta de lanza correspondiente a esos regatones. Teniendo en cuenta que la aparición de regatones sin su punta es estadísticamente significativa (44% de los regatones del Cabecico aparecen sin punta; en Cogotas también es frecuente el caso, Kurtz, 1987:68), nos preguntamos (ya lo hicimos antes, Quesada, 1989a:vol. ii, pp. 43?45) si tal hecho no puede deberse a que una vez cerrada la tumba se hincaran una o varias lanzas ?normalmente con la punta hacia arriba, otras veces al revés? en el suelo. Con el tiempo, el astil de madera desaparecería, de modo que el regatón enterrado quedaría dentro de la tumba, mientras que la punta sería reaprovechada por los vivos o, más probablemente, arrastrada por la lluvia o cubierta por la tierra pero fuera de la tumba. Si esto es así, cabe proponer una costumbre de hincar lanzas previa al s. II a.C.

Por otro lado, hay evidencia directa de lanzas clavadas verticalmente en el suelo dentro de las tumbas. Así por ejemplo, F. Fernández anota que en la necrópolis abulense del Raso de Candeleda "parece existir a veces cierta tendencia a colocar en la tumba las puntas de lanza clavadas en el suelo, verticales. Así se hallaron los ejemplares de las tumbas 43 y 52" (Fernández, 1986:800). También en Prados Redondos (Guadalajara) hay constancia de que en la Sep. 12/81 se hincaron verticalmente las armas de astil (Cerdeño 1981:196 y Lámina II.1). En este caso, sin embargo, estaban clavadas las dos lanzas y los dos regatones, lo que significa que hay tres posibilidades: (a) Las cuatro piezas se clavaron después de su cremación; (b) Las lanzas se hincaron partidas, pero no quemadas, conservando por tanto el astil; y (c) Se clavaron cuatro lanzas, dos por la punta y dos por el regatón, de modo que se han perdido por arrastre dos puntas y dos regatones. Aunque la hipótesis "c" sea la más sugestiva para nosotros, debemos reconocer que la más probable es la "a". Incluso así, sin embargo, la afirmación aristotélica tiene algún sentido, porque si las armas se hincaron verticales en el suelo tras la cremación, ello debió tener algún significado simbólico (aunque no necesariamente el número de enemigos muertos).

Hemos citado dos ejemplos de la Meseta, pero también en el ámbito ibérico hay evidencia de lanzas hincadas, aunque escasa. En la tumba 14 de La Oriola (Amposta, Tarragona) aparecieron dos lanzas hincadas sin sus regatones (Esteve, 1974:31). En la tumba del Cami del Bosquet (Valencia) se hallaron punta y un regatón aparentemente hincados en las cenizas (Aparicio, 1988:7).

Es en el Cigarralejo (Murcia) donde tenemos más evidencia: en las Seps. 57, 118, 138 y 308 aparecieron puntas de lanza clavadas verticalmente, casi siempre en la urna; pero en todos los casos junto con regatones (a no ser que se clavaran dos lanzas, una de punta y otra por el regatón). Sin embargo, en el Cigarralejo también se han documentado falcatas hincadas (Seps. 103, 115, 123) e incluso manillas de escudo (Seps. 103 y 308) (Cuadrado, 1987). Esto último confirma nuestra idea (Quesada, 1989a:i,225) de que los escudos con seguridad, y posiblemente todas las armas, se quemaban en la pira, de modo que las lanzas hincadas lo fueron cuando ya habían perdido su asta. Nos preguntamos si esto podría esto tener que ver con el hecho de que en casi todas las estelas aragonesas se representen sólo las puntas y no las lanzas completas.

En conclusión, es a nuestro entender probable que Aristóteles reflejara una práctica antigua de hincar sobre las sepulturas lanzas o las puntas de las mismas una vez quemadas en la pira, noticia que tomaría de Eforo o de algún autor siciliano cuya fuente original desconocemos. La práctica tardía aragonesa de grabar puntas de lanza o lanzas completas en estelas sería un reflejo crepuscular y monumental, limitado geográficamente, de esa práctica trasladada a la piedra. La evidencia apunta ?sólo apunta? a que esta costumbre estaba extendida en la costa mediterránea y en el Ebro, pero también en la Meseta. En cambio, es más dudoso que el número de lanzas o puntas aluda al número de enemigos vencidos, sino que estaría más probablemente en relación con el arma como símbolo personal del difunto, activa y capaz hasta el final; todo ello dentro ?quizá? de un concepto global de heroización del guerrero muerto.

 

El hecho de que se usara la lanza como símbolo en concreto no debe engañarnos: esta evidencia de la preeminencia simbólica de la lanza se circunscribe al Bajo Aragón, mientras que en el resto de la Península hay pruebas claras de que fue la falcata más que la lanza el arma más cargada de connotaciones simbólicas (Quesada, 1992, 201?225, espec. p. 210?211). En todo caso debemos recordar aquí la preeminencia táctica de la lanza sobre la espada en combate en todo el Mediterráneo antiguo (Quesada, 1991:1114?1119), así como la importancia simbólica de la lanza entre otros pueblos mediterráneos, de modo que esta práctica simbólico?ritual se integra perfectamente dentro de un cuadro general de costumbres funerarias protohistóricas.

La lanza sufre, desde el punto de vista de su interpretación simbólica, de una contradicción interna. Es en principio menos noble que la espada, arma que el guerrero lleva siempre encima, de la que no se debe desprender arrojándola, y que por tanto resulta profundamente personal. Es menos noble que el casco o el escudo, que pueden asegurar la supervivencia del guerrero protegiendo su cuerpo, y que por tanto pueden ser decorados con motivos apotropaicos; el escudo además es campo para desplegar símbolos de identidad personal o nacional (Chase, 1902; Bendala, 1987).

El arma de asta no puede reclamar ninguna de esas dos virtudes, y sin embargo, es el arma principal en el campo de batalla, el arma que tiene preeminencia táctica. Por tanto, y aunque en principio podemos vernos tentados a limitar su papel simbólico, éste llega a existir. Hemos visto un ejemplo arqueológico que indica claramente su importancia en la cultura ibérica, en el ámbito funerario (lanza?símbolo en las estelas bajoaragonesas); podríamos ampliarlo al ámbito de los vivos (lanzas decoradas con damasquinados, Quesada, 1991:1084?1089). A continuación resumiremos, siguiendo sobre todo el fundamental artículo de Andrew Alföldy (Alföldy, 1959), el papel que la lanza ha tenido en otros pueblos del antiguo Mediterráneo, para probar que el caso documentado arqueológicamente en la P. Ibérica no es en modo alguno excepcional.

En Grecia la lanza, aparte de su omnipresencia en las referencias militares, parece tener una tradición de tipo fetichista: una lanza (dory) era objeto de culto en Queronea, y algunos papiros testimonian incluso un culto a la lanza en época clásica, que es condenado ?como el hábito de jurar sobre una lanza? como hybris. (Alföldi, 1959:23?25) Hay muchas más noticias que muestran el papel importante qe para los romanos tuvo la lanza: Verrio Flacco (recogido por Festo) pudo escribir que "hasta summa armorum et imperii est", y es bien sabido que una de las recompensas principales militares romanas era el hasta donatica, de la que se discute su forma y material. Según algunos autores, sería totalmente de madera sin punta metálica, como las lanzas más primitivas (Brunaux y Rapin, 1988:85); según otros, tendría punta metálica como una lanza normal pero "nueva", no ensangrentada por el uso (Couissin, 1926:12); en el Imperio llegó a ser una lanza de plata entregada a primipili y miembros del orden equestre (Webster, 1979:134). En todo caso, no deja de ser significativo que se trate de una lanza, quizá, como quiere Guadán (1979:42), una de las recompensas militares más antiguas.

Por otra parte, la lanza adquiere entre los romanos un significado mágico: al declarar la guerra a un enemigo, los fetiales arrojaban una jabalina de madera sin punta de hierro sobre territorio enemigo (Liv. I,32, 13) (ver Martínez Pinna, 1981:242 y n. 715 para bibliografía más antigua sobre el papel mágico del hasta). No es extraño en estas condiciones que Alföldy pudiera escribir su denso artículo subtitulado "The Spear as Embodiment of Sovereignty in Rome", recalcando que la lanza fue, incluso en época de Augusto, el emblema de imperium por excelencia, y que lo había sido antes, hasta el punto de que Trogo Pompeyo, refiriéndose a los comienzos de la historia romana, podía escribir: per ea tempora adhuc reges hastas pro diademate habebant quas Graeci sceptra dicere (Justino, Epit. 43,3,3). La lanza siguió siendo el símbolo supremo de poder incluso en época imperial, aunque ahora sólo  extra pomerium (Alföldi, 1959:6). Las insignias legionarias, incluso, no son sino lanzas muy decoradas (Alföldi:1959:12 ss.) Por las razones que venimos comentando se explica fácilmente que las puntas de lanza tengan una posición tan preeminente en las monedas "etnográficas" romanas que aluden a las conquistas en la P. Ibérica (por ejemplo, junto con la falcata, en los denarios emeritenses de P. Carisio). No queremos decir con todo esto que la lanza tuviera en Iberia un papel similar al que tuvo en Roma o Grecia, con toda su complejidad. Simplemente, la riqueza de fuentes literarias e iconográficas de estas culturas en comparación con la Ibérica nos obliga a buscar allí posibles orientaciones para explicar fenómenos que en la P. Ibérica sólo se observan a través de la arqueología. Dicho esto, recordemos sin embargo que en aquellas culturas el valor simbólico de la lanza derivaba de su preminencia táctica, y esa preeminencia se produjo también en Iberia. Puesto que hemos analizado la evidencia arqueológica de una valoración especial de la lanza, debemos estar advertidos sobre este "valor simbólico añadido" que la lanza pudo adquirir en determinados contextos, sobre todo en aquellos relacionados con el prestigio personal e individual más que el de poder o imperium estatal. En ese sentido se entenderían bien las figuraciones de las estelas aragonesas, la aparición de puntas hincadas en las tumbas, la decoración con plata de algunas moharras de lanza, e incluso su aparición ocasional en santuarios.

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