A lo largo del encuentro, celebrado en el Círculo de Bellas Artes y organizado por la Universidad de Alcalá (UAH) en el marco de las sesiones ‘Desayunos Alcalá’, los seis rectores nos centramos en un factor concreto que refleja el papel fundamental de las universidades públicas en el progreso económico y social de la Comunidad de Madrid.
Uno de esos factores es la consideración de la universidad como ascensor social, en una doble dimensión: como mecanismo que permite a las nuevas generaciones mejorar su posición social en general y en particular respecto a la de sus padres; y como amortiguador del riesgo de descenso social.
Si repasamos la Historia, la expansión de la universidad pública en España se produjo en los años 80, cuando nutrió a nuestra joven democracia de los profesionales necesarios para construir una sociedad moderna – por cierto, creo que poco se ha reconocido el papel que jugaron las universidades en ese período. Fueron muchos los universitarios que eran los primeros de sus familias en acceder a la educación superior.
La pregunta es: en el siglo XXI, ¿la universidad sigue teniendo este papel?
Por una parte, a medida que el nivel educativo de la población crece, es lógico que cada vez son menos los graduados universitarios de primera generación, aunque los sigue habiendo.
Por otro lado, la crisis económica de la década anterior ha hecho que afloren dudas legítimas sobre la movilidad ascendente. Sabemos que en España la sobrecualificación afecta a más del 30% de los graduados españoles, lo que hace a algunos cuestionar la ‘titulitis’.
Esa misma crisis, la posterior pandemia y el envejecimiento de la población han puesto mucha presión en los sistemas públicos y han favorecido que afloren distintos operadores privados de educación superior, aumentando la desigualdad en el acceso a la educación superior, particularmente en los estudios más demandados.
Esto suele ir acompañado de una deslegitimación del valor de la universidad, particularmente de la universidad pública, que se percibe como anticuada, más alejada del mercado laboral, costosa para el contribuyente, etc.
No obstante, los datos en España son similares a los que hay en toda Europa: aunque hoy en día hay una menor movilidad intergeneracional, los estudios apuntan a una indudable relación positiva entre los años de educación y los salarios, así como con la productividad.
La educación superior sigue siendo el principal factor de ascenso social, principalmente para aquellas personas de origen menos favorable, pero hay algunas cuestiones que no debemos perder de vista cuando hablamos del ascenso social:
- ¿Los efectos beneficiosos de la educación superior pueden deberse al origen social o estar condicionados por él? Es bien sabido que el nivel educativo de los padres y en particular de la madre influyen muy positivamente en la posibilidad de que sus hijos vayan a la universidad. Lo que parecen indicar los estudios es que la educación superior como ascensor social es mucho más acusada en individuos de origen social más desfavorecido.
- El ascenso social suele estar asociado al éxito social y éxito suele interpretarse como éxito económico. Pero no debemos perder de vista el papel de la universidad en la formación de ciudadanos, algo que no dan las plataformas online ni los cursos orientados a la capacitación laboral.
- Los enormes beneficios que tiene para la sociedad la formación de personal cualificado (externalidades): rentas, productividad, pero también su contribución a la creación de sociedades más cohesionadas e igualitarias.
En este sentido, es una responsabilidad garantizar que la formación universitaria mantenga su papel como factor de movilidad social; lo contrario resultaría muy alarmante porque supondría la renuncia a un mecanismo que garantiza el camino hacia la igualdad de oportunidades entre individuos.
Los rectores de la CRUMA y muchos ciudadanos, asistimos con preocupación a un escenario en el que parece que se cuestiona el mantenimiento de una de las características nucleares de nuestra sociedad: el acceso equitativo a la educación superior, exclusivamente basado en méritos, y la elevada confianza en las instituciones públicas para proporcionar esta educación y para llevar a cabo investigación fundamental.
Estamos en la sociedad del conocimiento. Peter F. Drucker utilizó por primera vez este término en su libro The Age of Discontinuity (1969) y unos años más tarde escribió:
Por eso es tan importante la educación superior.
Al invertir en educación universitaria, los estudiantes esperan obtener conocimientos y competencias que mejoren sus perspectivas de carrera profesional.
Y lo van a buscar en el sector público o en el privado.
Pero para garantizar el papel y el valor de la universidad pública son necesarias varias cosas:
- Adaptación constante de la formación a las demandas de la sociedad
- Una legislación y una gobernanza que permita mayor agilidad
- Apuesta por la formación permanente: necesidades cambiantes, incertidumbre, nuevas demandas
- Apuesta por la investigación e innovación y apuesta por la transferencia.
- Incrementar la financiación pública
Estoy segura de que, si en un futuro distópico desaparecieran las universidades públicas, nuestras sociedades sufrirían una pérdida inestimable de talento y de oportunidades de crecimiento y prosperidad.
Pongo como ejemplo nuestra comunidad.
Las universidades públicas madrileñas
- atraen a estudiantes de toda España (+ 25% de estudiantes de grado en Madrid) y es la 2ª región con más proporción de graduados superiores
- atraen a estudiantes internacionales de intercambio y regulares
- son un polo de atracción de personal investigador
- importan y exportan talento
- forman parte de redes de universidades europeas
- atraen fondos nacionales y de Europa
- generan empleo directo e indirecto y fomentan la transferencia y el emprendimiento
- son demandantes de bienes y servicios
- suponen alrededor del 2% del PIB de la región
- contribuyen a la vida social y cultural de la región
- desarrollan una función de responsabilidad social en sus territorios
- multiplican x 5 cada euro que se invierte en ellas.
Es decir, desde todos los puntos de vista, una comunidad sin universidades públicas sería una región más pobre, menos próspera, menos innovadora, y menos atractiva que lo que es.