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¿Qué buscan hombres y mujeres? Lo que tus genes no quieren que sepas

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¿Qué buscan hombres y mujeres? Lo que tus genes no quieren que sepas

La etiqueta que portamos de ser el único animal racional del planeta es un arma de doble filo. Por mucho que nuestras capacidades cognitivas nos hayan impulsado a alcanzar hitos impensables, seguimos siendo animales. Y uno de los ámbitos de nuestra vida donde nuestra biología y nuestros genes siguen pesando, a menudo más que el pensamiento crítico, es a la hora de elegir pareja. Es normal sentir un rechazo instintivo hacia la idea de que no controlamos del todo nuestras elecciones, especialmente en algo tan íntimo como elegir pareja. Sin embargo, la evidencia científica ha demostrado que, más que el amor romántico, son la genética y los procesos evolutivos los que influyen en gran medida en nuestras decisiones.

12/09/2025M. Carmen Hernández González, Elisa Espartosa García y Lorena Ortiz Jiménez
Pareja joven bajo la influencia inconsciente de sus genes. Imagen generada por inteligencia artificial (Multimedia Mágico, Canva 2025)

Pareja joven bajo la influencia inconsciente de sus genes. Imagen generada por inteligencia artificial (Multimedia Mágico, Canva 2025)

La etiqueta que portamos de ser el único animal racional del planeta es un arma de doble filo. Por mucho que nuestras capacidades cognitivas nos hayan impulsado a alcanzar hitos impensables, seguimos siendo animales. Y uno de los ámbitos de nuestra vida donde nuestra biología y nuestros genes siguen pesando, a menudo más que el pensamiento crítico, es a la hora de elegir pareja. Es normal sentir un rechazo instintivo hacia la idea de que no controlamos del todo nuestras elecciones, especialmente en algo tan íntimo como elegir pareja. Sin embargo, la evidencia científica ha demostrado que, más que el amor romántico, son la genética y los procesos evolutivos los que influyen en gran medida en nuestras decisiones.

En un contexto social donde se tienden a simplificar las diferencias entre hombres y mujeres como meras construcciones culturales heredadas del pasado, la biología evolutiva nos recuerda que existen intereses reproductivos distintos, moldeados por millones de años de selección natural. Estas diferencias obedecen a un fenómeno denominado anisogamia, que condiciona las estrategias reproductivas de ambos sexos. Y es que los hombres producen gametos en enorme cantidad y poco costosos a lo largo de toda su vida, mientras que las mujeres producen gametos con un elevado coste y cuya pérdida progresiva conduce al fin de la vida reproductiva con la menopausia (Cuadro 1). Además, el alto coste de la gestación y de la lactancia recae sobre la mujer. ¿Pero qué tiene esto de relevante a la hora de elegir pareja? Pues bien, este fenómeno biológico va a determinar que los hombres estén impulsados a buscar y aprovechar cualquier oportunidad de apareamiento, ya que su inversión es muy baja y aumentar el número de parejas potenciales aumenta la posibilidad de transmitir sus genes a la descendencia. Por el contrario, las mujeres tienden a ser más selectivas, ya que tienen que evaluar qué pareja es genéticamente idónea de cara a hacer una inversión tan costosa como supone una gestación. Dicho de otra forma, nuestras diferencias biológicas impulsan al hombre a buscar cantidad y a la mujer calidad. No es de extrañar, por tanto, que los hombres en general estén más abiertos a aceptar encuentros sexuales sin conocer a la otra persona (Clark & Hatfield, 1989) y que las mujeres hayan evolucionado para ser (en exceso) escépticas respecto al compromiso de un hombre (Haselton & Buss, 2000).

Estas diferencias entre hombres y mujeres conllevan que la mujer posea mayor valor reproductivo que el hombre, y esto tiene implicaciones que van más allá de la propia pareja y que han condicionado históricamente las decisiones y estructuras familiares. Desde la teoría de la selección de parentesco (kin selection), los padres tienen un interés evolutivo directo en que sus hijos se reproduzcan con éxito. Al maximizar el éxito reproductivo de sus hijos, los padres aumentan su propio éxito reproductivo indirecto, asegurando así una mayor transmisión de sus genes a futuras generaciones. Pero ocurre que, desde esta perspectiva, las hijas son más valiosas que los hijos como recurso reproductivo, y los padres tienen potencialmente más que perder si permiten que sus hijas elijan una pareja inadecuada (Apostolou, 2015; 2016). Es por esto que históricamente los padres han ejercido un mayor control sobre las hijas, debido a los altos costes que podrían derivarse de decisiones poco óptimas a la hora de emparejarse.

Pero ¿hombres y mujeres seleccionan los mismos atributos en una pareja? Está claro que no. Mientras que las mujeres priorizan la búsqueda de hombres con recursos, los hombres seleccionan juventud y belleza, atributos relacionados con la fertilidad (Buss et al., 1990). El atractivo físico es tan determinante para los hombres, que parece no poder compensarse con otros atributos como la inteligencia, sin embargo, para las mujeres sí (Karbowski et al., 2016). Asimismo, los hombres más masculinos y aquellos cuya edad se asocia típicamente con niveles más altos de testosterona tienden a valorar más las señales de juventud y fertilidad en sus potenciales parejas. Curiosamente, Han et al. (2020) encontraron que una única dosis de 150 mg de testosterona aumentaba la atracción de los hombres hacia mujeres con rostros especialmente femeninos. De forma similar, Welling et al. (2013) hallaron que hombres asignados de forma aleatoria como ganadores de una competición de videojuegos, mostraban una mayor preferencia por la feminidad facial en comparación con los perdedores.

Las diferencias entre hombres y mujeres no solo afectan a los atributos que seleccionan en sus parejas, sino también a su comportamiento. Mientras que los hombres tienden a alardear de recursos, estatus o habilidades para atraer a posibles parejas, las mujeres suelen centrarse en realzar su atractivo físico como estrategia para maximizar sus oportunidades de éxito reproductivo. En definitiva, cada sexo tiende a enfatizar y exhibir aquellos atributos que resultan más valorados por el otro en el proceso de selección de pareja. Estas diferencias en el comportamiento también se reflejan en las amenazas que cada sexo percibe dentro de la relación de pareja. Los hombres dan mayor relevancia a una infidelidad de tipo sexual, en cambio, las mujeres suelen ser más sensibles a señales que indiquen pérdida de inversión emocional (Barrett et al. 2002; Buss, 2023). Esto se debe a que los hombres enfrentan el riesgo de invertir recursos en descendencia que no es genéticamente suya, mientras que las mujeres luchan por asegurar la inversión continua de su pareja en ellas y su descendencia; por eso, los hombres son más sensibles a la infidelidad sexual y las mujeres a la emocional. Dado el alto coste que puede suponer la infidelidad en términos de éxito reproductivo, nuestra especie ha desarrollado diversas estrategias evolutivas para tratar de prevenirla. Por ejemplo, las mujeres parecen ser capaces de predecir la propensión a la infidelidad sexual de los hombres a partir de los rasgos faciales (Rhodes et al., 2013). Esta capacidad se basa en la detección de señales faciales asociadas a la masculinidad, las cuales se han relacionado con una mayor tendencia a buscar relaciones sexuales casuales (Boothroyd et al., 2008). De forma paralela, los hombres han desarrollado estrategias como la vigilancia de pareja y el uso de señales públicas de compromiso dirigidas a minimizar el riesgo de infidelidad por parte de sus parejas (Buss, (2023).

 Cabe añadir que tanto las estrategias de hombres como de mujeres no son inmutables, sino que reflejan una sofisticada estrategia adaptativa orientada a equilibrar los costes y beneficios reproductivos, seleccionando la mejor opción en cada momento. Como ejemplo ilustrativo, las mujeres muestran preferencia por atributos masculinos diferentes dependiendo del tipo de relación que busquen. Para relaciones a corto plazo, tienden a sentirse más atraídas por hombres que presentan rasgos asociados a una mayor calidad genética, como la masculinidad facial, el atractivo físico o ciertos indicadores de dominancia social. Mientras que, para relaciones a largo plazo, priorizarían características relacionadas con la inversión parental, como la amabilidad, la estabilidad emocional y la capacidad de compromiso (Gangestad & Simpson, 2000; Barrett et al., 2002; Gangestad et al, 2004). Además, estas preferencias no son estáticas, sino que fluctúan a lo largo del ciclo ovulatorio: durante la fase fértil, las mujeres muestran una mayor predilección por hombres con rasgos masculinos que señalizan una alta calidad genética, mientras que, en fases de baja fertilidad, prefieren hombres con atributos relacionados con la inversión parental y la estabilidad (Cantú et al., 2014). Algunos estudios han encontrado que las mujeres que cometen infidelidades tienden a hacerlo durante los días fértiles del ciclo ovulatorio, mientras que mantienen relaciones sexuales con sus parejas estables en momentos de baja fertilidad, lo que sugiere una estrategia inconsciente para maximizar los beneficios genéticos y asegurar al mismo tiempo el apoyo paternal (Buss, 2000).

Así, lejos de ser meros constructos sociales, muchas de las diferencias en la conducta reproductiva de hombres y mujeres encuentran su raíz en procesos evolutivos profundamente arraigados. Las distintas estrategias de apareamiento, preferencias sexuales y mecanismos de elección de pareja están moldeadas por los diferentes costes reproductivos asociados a cada sexo. Así, mientras los hombres tienden a maximizar su éxito reproductivo mediante la cantidad, las mujeres son más selectivas, evaluando tanto la calidad genética como la inversión a largo plazo. Estas estrategias, lejos de ser fijas, son dinámicas y contextuales, reflejando una adaptación flexible a las condiciones sociales y biológicas. Entender estas bases evolutivas no implica que nuestras decisiones afectivas y sexuales estén determinadas exclusivamente por ellas, pero sí permite entender que nuestras elecciones afectivas y sexuales están guiadas por una historia biológica que aún sigue operando, aunque de forma inconsciente.

Referencias bibliográficas

Apostolou, M. (2015). Parent–offspring conflict over mating: Domains of agreement and disagreement. Evolutionary Psychology, 13(3), 1474704915604561.

Apostolou, M. (2016). Sexual selection and the opportunity cost of free mate choice. Theory in Biosciences, 135, 45-57.

Barrett, L., Dunbar, R. I., & Lycett, J. (2002). Human evolutionary psychology. Princeton University Press.

Boothroyd, L. G., Jones, B. C., Burt, D. M., DeBruine, L. M., & Perrett, D. I. (2008). Facial correlates of sociosexuality. Evolution and Human Behavior, 29(3), 211-218.

Buss, D. M. (2000). The dangerous passion: Why jealousy is as necessary as love and sex. Simon and Schuster.

Buss, D. M. (Ed.). (2023). The Oxford handbook of human mating. Oxford University Press.

Buss, D. M., Abbott, M., Angleitner, A., Asherian, A., Biaggio, A., Blanco-Villasenor, A., Bruchon-Schweitzer, M., Chang, S., Courtois, R., Dinnel, D. L., Ekehammar, B., Fischer, R., Haggbloom, S. J., Hsu, J., Kaye, D., Kashima, Y., Klochko, V. N., Kumar, R., Leung, K., McIntosh, D. N., Miller, R., Moreau, M., Perusse, D., Perugini, M., Reznik, V., Salvador, C., Schmitt, D. P., Simunek, M., Sorrentino, R. M., Tafarodi, R., Teng, L., Thomason, S., Tsuji, T., Turner, R. A., & Yang, K. S. (1990). International preferences in selecting mates: A study of 37 cultures. Journal of Cross-Cultural Psychology, 21(1), 5–47.

Cantú, S. M., Simpson, J. A., Griskevicius, V., Weisberg, Y. J., Durante, K. M., & Beal, D. J. (2014). Fertile and selectively flirty: Women’s behavior toward men changes across the ovulatory cycle. Psychological Science, 25(2), 431-438.

Clark, R. D., & Hatfield, E. (1989). Gender differences in receptivity to sexual offers. Journal of Psychology & Human Sexuality, 2(1), 39-55.

Gangestad, S. W., & Simpson, J. A. (2000). The evolution of human mating: Trade-offs and strategic pluralism. Behavioral and brain sciences, 23(4), 573-587.

Gangestad, S. W., Simpson, J. A., Cousins, A. J., Garver-Apgar, C. E., & Christensen, P. N. (2004). Women's preferences for male behavioral displays change across the menstrual cycle. Psychological Science, 15(3), 203-207.

Han, C., Zhang, Y., Lei, X., Li, X., Morrison, E. R., & Wu, Y. (2020). Single dose testosterone administration increases men’s facial femininity preference in a Chinese population. Psychoneuroendocrinology, 115, 104630.

Haselton, M. G., & Buss, D. M. (2000). Error management theory: a new perspective on biases in cross-sex mind reading. Journal of personality and social psychology, 78(1), 81.

Karbowski, A., Deja, D., & Zawisza, M. (2016). Perceived female intelligence as economic bad in partner choice. Personality and individual differences, 102, 217-222.

Rhodes, G., Morley, G., & Simmons, L. W. (2013). Women can judge sexual unfaithfulness from unfamiliar men's faces. Biology letters, 9(1), 20120908

Mª Carmen Hernández González. Doctora en Biología por la Universidad Autónoma de Madrid, donde trabaja como Profesora Ayudante Doctora en el Área de Zoología del Departamento de Biología. Su trabajo se centra en la ecología del comportamiento. A lo largo de su carrera, ha investigado la respuesta comportamental y el estrés fisiológico en mamíferos y aves. Su línea de investigación actual aborda el papel de la olfacción en psitácidas, habiendo descrito por primera vez el uso del olfato en guacamayos y tucanes.

Elisa Espartosa García. Estudiante predoctoral en la Universidad Autónoma de Madrid, donde realiza su tesis doctoral en ecología y conservación de psitácidas. Previamente ha realizado estudios sobre fototrampeo de mamíferos y en comunicación química del lobo ibérico. Sus principales intereses son la etología, la ecología, la zoología y la conservación de vertebrados.

Lorena Ortiz Jiménez. Doctora en Biología Universidad Autónoma de Madrid. Actualmente trabaja como Ayudante en el Área de Zoología del Departamento de Biología de la Universidad Autónoma de Madrid. Su tesis doctoral versa sobre la conservación del visón europeo, desde un punto de vista comportamental y fisiológico.