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Mitología clásica y ciencia contemporánea
Qué tienen que ver los mitos griegos con la actividad científica? ¿Por qué encontramos alusiones a ellos en los nombres de plantas y animales o en los de hipótesis medioambientales tan conocidas como la de Gaia? ¿No nos encontramos ante terrenos diametralmente opuestos, siendo la ciencia verdad y el mito cuento?
Mariposa monarca (Danaus plexippous) / Rubén Ramos Blanco
Para explicar la presencia del mito en la ciencia contemporánea debemos remontarnos, creo, a los propios orígenes de lo que en Occidente consideramos el pensamiento científico. Nos remontamos, por tanto, a Grecia y, en concreto, a esa época aún oscura en que el mythos (mito) no había dado paso al logos (pensamiento, palabra, discurso racional…). Un tiempo en el que los primeros filósofos, los célebres presocráticos, especulaban sobre el mundo físico que los rodeaba utilizando una mezcla de lenguaje poético y razonamiento lógico; un momento mágico en el que la palabra adquiría la capacidad de nombrar la realidad y, al hacerlo, la de explicarla y crearla. El mito no era entonces una alternativa para comprender el mundo, sino la vía de conocimiento por excelencia. Filosofía, magia, religión, ciencia, iban de la mano porque compartían un mismo lenguaje y un mismo objetivo. Ese lenguaje era la metáfora –que todo es fuego, o aire o agua, que el cosmos es y no puede no ser–, un mecanismo de la mente humana que permite imaginar a partir de lo conocido lo que todavía está por conocer. Y el objetivo era eminentemente científico: explicar lo que todavía estaba por explicar.
Este juego entre la metáfora y la razón se reproduce en la ciencia contemporánea porque las fronteras entre el mito, la ciencia, y la filosofía siguen constituyendo un territorio limítrofe. Y quizá es bueno que así sea, pues de ese territorio indeterminado nacen a menudo las ideas más fértiles. Cuando los científicos de los siglos XX y XXI tratan, por ejemplo, del origen del universo, sus relatos repiten el esquema de los relatos cosmogónicos legados por las civilizaciones antiguas –la griega a través de Hesíodo, pero también la babilónica en el Enuma Elish, la india en los Himnos del Rig Veda, o la precolombina en el Popol Vuh. ¿Quiero esto decir que el Big Bang no es más que un mito? Por supuesto que no. Nuestra moderna ciencia se basa en la interpretación de datos, la observación de hechos y la aplicación de una metodología contrastada. Sin embargo, las personas que llevan a cabo esta tarea son herederas de unas tradiciones, incluso si no son conscientes de ellas, y han crecido en un mundo en el que la narración sigue siendo una herramienta esencial para comprender la realidad y para trasmitir el conocimiento.
Así, me parece que un primer elemento de unión entre mito y ciencia se halla en los propios mecanismos del pensamiento humano, el cual desde la Antigüedad y hasta hoy emplea el relato para dar sentido al mundo y una respuesta a los interrogantes que este le plantea. Pero hay más que eso, porque las personas que hacen ciencia también se aproximan al mito de manera consciente. Voy a poner como ejemplos la nomenclatura científica y los nombres de varias hipótesis del ámbito de la Ciencia del Sistema Tierra (Earth System Science). A través de ellos se verá, creo, que el repertorio de la mitología clásica sigue resultando atractivo y productivo para la ciencia.
Si nos centramos en la práctica de la nomenclatura científica, vemos que los planetas del Sistema Solar reciben sus nombres de los Dioses del Olimpo –con la única y llamativa excepción de nuestro planeta Tierra; así mismo, entre las mariposas encontramos un ingente ejército de guerreros aqueos y troyanos: Papilio helenus, Papilio paris, Papilio ajax, Papilio thoas, Papilio deiphobus, Papilio troilus, o Papilio ulysses; y también muchas caras familiares para el clasicista como las de Ificlides podarilius, Parnassius apollo o Parnassius mnemosyne, por no mencionar el genus Danaus.
A través de estos ejemplos se entiende fácilmente que los nombres derivados de la mitología grecorromana son práctica común en ciencia. Y, sin embargo, soy de la opinión de que no deberíamos verlos únicamente como pruebas del prestigio de los clásicos o de la erudición de los científicos, sino también como muestras de su creatividad e incluso de su sentido del humor. Los hombres y mujeres de ciencia han utilizado la cultura a su disposición desde la época de Carl Linneus hasta hoy, cuando los nombres de las nuevas especies de avispas Balrogia, Beornia, Bofuria, Bomburia, Balinia, Oinia, Gollumiella, Smeagolia, Legolasia y Nazgulia proceden de El señor de los anillos, mientras que la Polemistus chewbacca, la Polemistus vaderi y la Polemistus yoda se inspiran en La Guerra de las Galaxias.
¿Y qué cabe pensar de la trilogía de hipótesis científicas constituida por Gaia, Medea y Cronos? Pues que, en ella, me parece, se conjugan el uso del mito como metáfora, su capacidad de explicación del mundo, y la actitud creativa y lúdica de los científicos ante el legado clásico.
La primera parte de esta trilogía es Gaia, diosa de la Tierra cuyo nombre adoptaron James Lovelock y Lynn Margulis en los años 70 del pasado siglo para explicar el funcionamiento de la Tierra como un sistema comparable a un organismo vivo. Simplificando mucho las cosas, podría decirse que Gaia, diosa madre y nutricia de la mitología griega, vela por el mantenimiento de las condiciones de habitabilidad en el planeta, y eso a pesar de los perniciosos efectos de la actividad humana. La segunda parte, Medea, fue planteada por Peter Ward en 2009 como crítica a Gaia y para proponer que los mecanismos de autorregulación del planeta no benefician a las especies que en él moran, sino que resultan eminentemente autodestructivos. Medea, recuérdese, fue aquella esposa que, despreciada por Jasón, lo castigó dando muerte a sus propios hijos. La tercera parte de la trilogía data también de 2009 y toma la figura del titán Cronos como metáfora de los complejos mecanismos de extinción y especiación que se dan en el sistema Tierra. En esta hipótesis Corey Bradshaw y Barry Brook proponen que los rasgos contradictorios del carácter de Cronos –se lo conoce como el rey justo de la Edad de Oro, pero también como aquél que castró a su padre Urano y devoró a sus hijos– explican mejor el funcionamiento de la Tierra como sistema que la visión benevolente de Gaia o la destructiva de Medea.
¿Por qué han utilizado los científicos el mito griego en estos casos? Primero, como metáfora: equiparar la Tierra a un organismo vivo permite entender mejor su funcionamiento sistémico; segundo, como gancho: sobre todo en el caso de Gaia la figura mítica ha servido para alcanzar a un público no científico y despertar su conciencia ecológica; y, tercero, como juego: Medea y Cronos apelan al conocimiento previo, aunque superficial, que de la mitología griega tienen los científicos y establecen una tradición dentro de su disciplina.
En resumen, creo que tanto desde aproximaciones filosóficas y epistemológicas, como prestando atención a ejemplos concretos del empleo de la mitología en la ciencia, se constata la vigencia de los referentes clásicos. Ya sea como arquetipos del pensamiento, paradigmas de conocimiento o, simplemente, como elementos culturales compartidos dentro y fuera del ámbito científico, los mitos clásicos cumplen una función en la ciencia contemporánea. Por ello, no solo es curioso detectar su presencia, sino que también es relevante y pertinente. En un mundo y en un tiempo en el que el valor de las humanidades se pone constantemente en tela de juicio, la mitología reivindica su lugar desde y para la ciencia.
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Helena González-Vaquerizo es profesora Ayudante Doctora en el Departamento de Filología Clásica de la Universidad Autónoma de Madrid. Sus líneas de investigación son los estudios neohelénicos y la recepción de los clásicos. En el marco del proyecto Marginalia classica estudia la presencia de referentes de la Antigüedad grecorromana en la cultura contemporánea.