La presencia en el Salón de Actos de la Facultad de Profesorado de tantas personas relacionadas con Ricardo Díez Hochleitner, con una representación tan numerosa de sus familiares, amigos y personalidades del mundo educativo, cultural (Club de Roma) e institucional (embajadas, organizaciones internacionales) es prueba evidente de que la forma en la que vivimos y nuestro impacto en las personas con la que nos relacionamos perduran mucho más allá nuestro paso por esta vida. Es lo que llamamos el legado.
Nuestro legado nos permite vivir en la memoria de otros; un legado que puede ser material o inmaterial: nuestros valores, nuestros sentimientos, nuestra forma de estar en el mundo, las ideas que defendemos y las que repudiamos, nuestra forma de relacionarnos y de construir complicidades. Un pequeño acto bondadoso, una sonrisa, una caricia o una palabra de aliento pueden tener un efecto más duradero que los múltiples objetos de los que nos rodeamos en nuestra vida y que sobreviven a nuestra mortalidad.
Y en relación a la persona de Ricardo Diez Hochleitner, la Universidad Autónoma de Madrid, ese ente también a la vez material e inmaterial, celebra sus dos legados: el material, la donación su archivo, sus fondos bibliográficos y sus fotografías, que formará parte de la Sala de Investigadores que llevará su nombre en la Biblioteca de la Facultad de Formación del Profesorado y Educación y el inmaterial, sus valores, sus ideas y su gran aportación a la educación.
Un legado fuerte se construye sobre una vida auténtica. La vida es corta, la vida es finita. Nuestro tiempo es limitado y pasa tan velozmente que podemos caer en el peligro de que la muerte nos alcance en los preparativos de nuestra propia vida, como decía Séneca en su ensayo De la Brevedad de la Vida (De Brevitate Viate). Por ello, debemos esforzarnos en hacerlo significativo. ¿Cómo queremos ser recordados? Nuestra esencia, lo que somos, es lo que sobrevive de nosotros.
Decía en una entrevista el pensador Nuccio Ordine, premio Princesa de Asturias 2023, tristemente fallecido este verano, que cada persona, si cierra un momento los ojos y piensa cuál ha sido la persona que ha logrado cambiar algún pequeño aspecto pequeño o grande de su vida, todo el mundo tiene la misma respuesta: todos tienen el nombre de algún profesor. Ese es el milagro.
En tiempos de grandes desafíos, ansiedad creciente y escasez de recursos, en los que hemos colocado sobre los hombros de los profesores, de los maestros, una gran responsabilidad, quienes se dedican a la enseñanza deben afrontar cada día auténticos ejercicios de equilibrismo y malabares. El día a día de las aulas está muy alejado de los temas que incendian las tertulias y las redes sociales. La educación en España, me temo, provoca mucho ruido y poco debate.
Como ocurre con casi todo en la vida, no hay una única y simple verdad sobre la educación, pero creo estar haciéndome eco de un acuerdo bastante básico entre los especialistas en señalar que la educación significa el desarrollo integral de las personas: hacer mejores personas, mejores ciudadanos y enseñar a vivir. Pensar que todos partimos de una igualdad de oportunidades, es sin duda una falacia. Nuestro sistema educativo se tiene que ocupar por igual de los que prosperan y de los que fracasan, sin estigmatizar a los segundos, si queremos una sociedad más equitativa. Y ahora los economistas, con más y mejores datos, más información sobre resultados académicos y socioeconómicos y utilizando nuevas técnicas estadísticas han demostrado lo que ya intuíamos: a mayor inversión, mejores resultados de aprendizaje y mejor acceso a la universidad.
“Nunca dejé que la escuela interfiriera con mi educación” es una famosa frase del escritor Mark Twain y es cierto que hay una escuela de la vida que no está en las aulas escolares, pero es también cierto que las aulas son una educación para la vida.
Quizás el mejor homenaje que podamos hacer a nuestro Doctor Honoris Causa, Ricardo Díez Hochleitner, sea precisamente reivindicar el valor de la educación y contribuir a dignificar la profesión de enseñar. La educación pública y gratuita es un privilegio, una conquista, de las sociedades avanzadas y es nuestro deber cuidarla y mejorarla.