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La mosca del vinagre para estudiar lesiones medulares

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La mosca del vinagre para estudiar lesiones medulares

La doctora por la UAM, María Losada, lleva años estudiando los mecanismos de regeneración del sistema nervioso central, esenciales para estas lesiones medulares o enfermedades neurodegenerativas, y relata en esta entrevista los conceptos clave en su investigación así como su recorrido profesional.

19/04/2024Teresa de Los Reyes
Fotografía de una mujer joven con el pelo oscuro y camisa de flores, mirando de frente al espectador.

María Losada-Pérez, doctora en Biología Celular y Genética. / Foto cedida por la entrevistada.

"Aunque parezca mentira, la mosca del vinagre es un modelo fantástico para poder entender los mecanismos moleculares que subyacen a un evento celular”, comenta María Losada-Pérez, bióloga y profesora ayudante doctora en la Universidad Complutense de Madrid (UCM).

Tras doctorarse en Biología Celular y Genética en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), en 2013 se trasladó a la Universidad de Birmingham (Inglaterra) con una beca postdoctoral Marie Skłodowska­Curie, una de las más prestigiosas en investigación. Allí estudió la contribución de estos insectos en la regeneración del sistema nervioso ante un daño como las lesiones medulares.

“La mosca es un animal lo suficientemente simple para que lo podamos manipular genéticamente, pero lo suficientemente complejo como para entender cómo funciona la regeneración en humanos” explica María. En 2017, obtuvo un contrato de atracción de talento joven de la Comunidad de Madrid y comenzó con su propio proyecto de investigación en el Instituto Cajal-CSIC, desarrollando un nuevo modelo de lesión medular. Para ello, María daña el sistema nervioso de la mosca- previamente anestesiada- con unas pinzas, como si se tratase de una cirujana, paralizando el último par de patas del insecto. Días después, evalúa cómo hay moscas que recuperan la movilidad y estudia qué mecanismos están detrás de este proceso. “Compartimos con la mosca el 60 % de nuestro genoma y, los genes que son esenciales para la vida de la célula son los mismos en la mosca y en el humano”.

Suplir la pérdida neuronal

María lleva años estudiando los mecanismos de regeneración del sistema nervioso central, esenciales para estas lesiones medulares o enfermedades neurodegenerativas. En España cada año se producen entre 800 y 1.000 lesiones medulares por traumatismos, accidentes de tráfico, caídas o golpes. Estos pacientes presentan un daño neurológico por lesión de los axones, o prolongaciones de las neuronas, que conducen la información nerviosa desde el cerebro al resto del cuerpo. “Las neuronas están especializadas en mandar impulsos nerviosos y necesitan unas células que las den de comer y que les ayuden a recoger los deshechos, que son las células de la glía” recuerda María. “Yo estudio cómo estas células actúan en respuesta a un daño. Cuando las neuronas se están muriendo, las células de la glía son las que reaccionan y promueven una regeneración”.

“Cuando las neuronas se están muriendo, las células de la glía son las que reaccionan y promueven una regeneración.”

Actualmente, la investigación busca regenerar el tejido neuronal dañado como, por ejemplo, en la reparación de esos axones lesionados para restaurar la comunicación nerviosa. Sin embargo, uno de los objetivos más ambiciosos de su investigación consiste en estudiar cómo generar nuevas neuronas para mejorar la vida de estos pacientes. “Cuando consigamos entender cómo funciona a nivel molecular esa regeneración, podremos promover una recuperación, para que esa persona tenga una vida mejor”.

“La regeneración es un proceso complejo”, comenta María. “Sabemos que estas células de la glía tienen capacidad de división, mientras que las neuronas no la tienen, por lo que intentar suplir esa pérdida neuronal mediante la transformación de la glía en neuronas podría llegar a curar esas lesiones medulares, pero también a generar nuevas neuronas en enfermedades neurodegenerativas”. El resultado de su investigación, junto con otras técnicas de recuperación como los microchips -que activan a los nervios o músculos mediante impulsos nerviosos con electrodos- podría conseguir recuperar la movilidad de los pacientes, “aunque sea a pequeña escala y que esa persona tenga una vida mejor” añade María.

La carrera investigadora

Tras doctorarse, María decidió continuar su carrera investigadora en el extranjero, formando parte de la famosa fuga de cerebros en busca de mejores condiciones laborales. Datos de la Red de Asociaciones de Investigadores y Científicos Españoles en el Exterior (RAICEX), estima que hay 4,000 investigadores españoles en el extranjero, pero esa cifra podría aumentar a 20,000. Reconoce que la falta de financiación y la precariedad es lo que menos le gusta del ámbito de la investigación en España. “Vas pasando de un contrato de dos años a otro contrato de dos años, sin saber qué va a pasar. No estoy segura de conocer a ningún investigador que no haya trabajado gratis en algún momento de su vida”. Sin embargo, no deja de resaltar el talento que hay en España. “Si tenemos en cuenta la ratio de la cantidad de dinero invertido y el número de artículos que se publican, España estaría de los primeros en el ranking europeo. Con poco dinero hacemos más, imagínate si tuviésemos una financiación a la altura de la UE”.

Además, a todo ello hay que sumarle la dificultad adicional de ser mujer y permanecer en la carrera investigadora. Según los datos del Informe de Mujeres Investigadoras publicado este año por el CSIC, hay un mayor porcentaje de mujeres en las escalas iniciales de la investigación que se reduce en las escalas superiores, lo que describe la famosa gráfica tijera. “La vida del investigador es una vida muy exigente, con muchas horas de trabajo difícilmente conciliable con una vida familiar. Aunque las condiciones, en teoría, sean igualitarias, al final es la mujer la que se encarga de la crianza o del hogar.”

“La vida del investigador es una vida muy exigente, con muchas horas de trabajo difícilmente conciliable con una vida familiar.”

María es un ejemplo del difícil retorno al que se enfrentan los investigadores españoles. Acaba de recibir financiación estatal para montar su propio laboratorio en la UCM y reconoce que su relación con la ciencia ha cambiado. “Hasta ahora, he estado como si fuese un hámster en una rueda que no puede parar de correr. Ahora mi trabajo principal es dar clase y educar a futuros biólogos, que me encanta, y si no me salen los experimentos siempre tengo la parte de cambiar algo en los cerebros de mis alumnos”.

Como ella misma admite, lo que más le emociona de la ciencia es cuando aparecen nuevos descubrimientos que acaban con el dogma existente. Y entre risas, se acuerda de la María del pasado, la que se empezaba a interesar por la ciencia. “¡No lo hagas!”, bromea. “Le diría que disfrutara del camino y que no se preocupara porque al final las cosas van saliendo”.

Teresa de Los Reyes, Doctora en Biociencias Moleculares por la UAM, graduada en Bioquímica y Máster en Neurociencias por la UAM. Estudia la biología del glioblastoma, un tumor cerebral agresivo y letal para humanos, utilizando la mosca del vinagre o Drosophila melanogaster y lo combina con la comunicación y divulgación de la ciencia.

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