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Nuevos monstruos, mismos miedos: herederos de Frankenstein en las series de televisión

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Nuevos monstruos, mismos miedos: herederos de Frankenstein en las series de televisión

Son múltiples las adaptaciones de todo tipo que se han hecho de Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley (1818): el teatro, el cine, el cómic, la música y casi cualquier formato imaginable se ha rendido a la fantasía de aquel científico atormentado que se atrevió a crear vida. En el presente artículo, la profesora Ana González-Rivas Fernández, del departamento de Filología Inglesa de la UAM, analiza el legado de la novela en cuatro series de televisión de gran éxito en los últimos años.

15/02/2023Ana González-Rivas Fernández
Escena de

Escena de "Be Right Back", un episodio de la serie Black Mirror, en la que Martha (derecha) toca las manos del reemplazo sintético de Ash, su novio fallecido (izquierda) / Wikimedia Commons

Pocas novelas han tenido una repercusión tan profunda en la cultura popular contemporánea como Frankenstein o el moderno Prometeo (1818), de Mary Shelley. En particular, su desarrollo en las series de televisión ha sido extenso y complejo. Valgan como ejemplo Black Mirror, Humans, Westworld o American Horror Story, que invitan a reflexionar sobre temas como la identidad, la monstruosidad y la maternidad.

De una forma u otra, todas estas series indagan en algunas de las grandes preguntas que ya se planteaba Shelley: ¿qué nos define como seres humanos: nuestro cuerpo, nuestros sentimientos, nuestro pensamiento, nuestras acciones, nuestra conciencia…?; por otra parte, ¿qué responsabilidad tiene el creador para con su criatura? Víctor Frankenstein fracasa en su papel como padre, y esto le traerá consecuencias. ¿Es justa la reivindicación del monstruo? ¿Dónde empieza la responsabilidad del propio individuo para con su vida?

El capítulo 1 de la segunda temporada de Black Mirror («Be Right Back») es una interesante reflexión sobre el origen de la identidad. En él se cuenta la historia de Ash, un joven que muere en un accidente de tráfico dejando a su pareja, Martha, embarazada y sumida en la tristeza. Martha encuentra consuelo en un robot humanoide que es capaz de imitar a Ash casi a la perfección a partir de la información que extrae de su huella digital. Sin embargo, pronto percibe que, más allá de cualquier parecido, ese androide no es Ash: le falta su esencia.

Al igual que en Frankenstein, la ciencia vuelve a fracasar en su intento de crear vida. Queda, no obstante, la esperanza de la inmortalidad: la hija a la que Martha da a luz es, sin duda, el mejor legado de Ash. Este capítulo puede entenderse así como una reivindicación del papel de la mujer en el proceso de creación –función que Victor había querido usurpar.

Del mismo modo que Black Mirror, las series Humans y Westworld se sitúan en una sociedad futurista donde la ciencia ha logrado crear androides que están al servicio de los humanos. Pero ¿qué ocurre cuando estos robots empiezan a tomar conciencia de sí mismos y se rebelan contra sus creadores?

     

Imagen promocional de la serie Humans, estrenada en 2015.

Imagen promocional de la serie Humans, estrenada en 2015 / Brecht Bug (Flickr)

     

Advirtiendo ya el potencial peligro de la tecnología, en los años 60 Isaac Asimov acuñó el concepto de “complejo de Frankenstein” para hacer referencia al miedo del ser humano a la rebelión de las máquinas. Para combatirlo, el propio Asimov dictó las “leyes de la robótica”; pero la ficción nos ha enseñado lo fáciles que estas leyes son de quebrantar: “Out of our image, out of our control”, reza el lema de Humans. Tanto esta serie como Westworld se adentran en uno de los principales dilemas éticos que derivan de la creación de vida artificial (esto es, la manera en que se regulan las relaciones entre creador y criatura), así como en la difusa línea que separa lo humano de lo que no lo es.

Con American Horror Story (AHS) dejamos la ciencia ficción para adentrarnos en el género del terror. En esta ocasión, el conflicto gira principalmente en torno a la experiencia de una maternidad frustrada, tema que también subyace en la novela de Shelley. Recuérdese que en ella el sentimiento de pérdida y la impotencia ante la muerte es el principal detonante de la tragedia: el joven Frankenstein, devastado por la muerte de su madre, pone todo su conocimiento al servicio de una obsesión: dar vida a la materia inerte.

En ocasiones, se le ha dado a esta fantasía una interpretación autobiográfica: la propia Mary Shelley sufrió varios abortos y algunos de sus hijos murieron a una edad muy temprana; su madre, Mary Wollstonecraft, también murió al darla a luz. Maternidad y muerte siempre estuvieron asociadas en la mente de la joven autora. No es extraño, por tanto, que intentara cumplir en la ficción aquello que la vida real le negaba. Esta ansiedad es la que también aparece reflejada, de una manera u otra, en las temporadas 1 (“Murder House”), 3 (“Freak Show”) y 4 (“Coven”) de la antología creada por Ryan Murphy y Brad Falchuk.

La temporada de “Murder House” narra la historia del matrimonio de Vivien y Ben Harmon, que acaba de mudarse a una antigua mansión donde tratan de recomponerse emocionalmente después de que Vivian sufriera un aborto. Pero la casa está ya habitada por fantasmas de antiguos residentes. Entre ellos, Nora, esposa del Doctor Charles Montgomery, que practicaba abortos ilegales a actrices jóvenes. Un día, el novio de una de estas chicas decidió vengarse raptando y desmembrando al bebé de los Montgomery. Desesperado, y al más puro estilo “Frankenstein”, Charles decide resucitar a su hijo utilizando el corazón de una de sus pacientes. Pero la visión de este ser monstruoso acabará siendo insoportable para Nora.

La monstruosidad es también un tema central en “Freak Show”, que narra las historias de los integrantes de un circo de rarezas humanas regentado por Elsa Mars. En ellas se explora la dicotomía entre deformidad física y deformidad psicológica, y pronto se hace evidente que los verdaderos «engendros» son aquellos cuyas taras no se perciben externamente. Como Frankenstein, serán castigados por sus transgresiones. Los integrantes del circo, por su parte, sufren el desprecio y el rechazo de la sociedad; esto los vuelve resentidos hacia los demás, contra quienes buscan vengarse, emulando a la criatura a la que da vida el doctor.

     

Evento “Halloween Horror Nights” en Universal Studios Hollywood dedicado a la temporada “Freak Show” de la serie American Horror Story.

Evento “Halloween Horror Nights” en Universal Studios Hollywood dedicado a la temporada “Freak Show” de la serie American Horror Story / Jeremy Thompson Creative Commons Attribution 2.0 via Wikimedia Commons

       

La serie, como la novela, pone así en evidencia la delgada línea que separa lo estético de lo moral.  La maternidad, además, es un dilema compartido por varios de los personajes de “Freak Show” (Pepper, Desirée…), para quienes el deseo de ser madre entra en conflicto con la posibilidad de perpetuar un linaje defectuoso y maldito.

La temporada «Coven», finalmente, gira en torno a un grupo de brujas, trasuntos femeninos del doctor Frankenstein, siempre tras la fórmula de la vida eterna. Es el caso de Madison, una de las aprendices del aquelarre, que revive al joven Kyle cosiendo sus miembros mutilados; o de Fiona, la Suprema del grupo, que se sabe enferma de un cáncer terminal y busca un ritual mágico para eludir un final inevitable. Igualmente relevante es el personaje de Misty Day, que tiene el poder de la resurrección; y, sobre todo, el de Cordelia, la hija de Fiona, quien intenta sin éxito quedarse embarazada a través de la reproducción asistida o incluso de la magia.

Al igual que Frankenstein, las historias de AHS parecen advertirnos de los actos perversos a los que puede conducir un ansia creadora llevada al extremo, trasgresiones que tienen como resultado lo abyecto, lo monstruoso: “Yo, el miserable y el abandonado, soy un aborto al que se puede despreciar, patear y pisotear”, dice la criatura a Victor Frankenstein. A la vez, tanto AHS como la novela de Shelley exponen también lo terrible que puede ser la frustración recurrente del deseo de ser madre. Antes y ahora, el terror se constituye como uno de los vehículos idóneos para la expresión de miedos esencialmente femeninos. Por otra parte, la obsesión por vencer a la muerte y recuperar así al hijo perdido está también en las otras series mencionadas (recuérdense las tragedias vividas por David Elster, en Humans, y Bernard, en Westworld, ambos marcados por las muertes de sus hijos). En todos estos casos la inteligencia artificial se plantea como un deseo de transcendencia que la realidad no permite.

Las series analizadas también desarrollan otros dos temas fundamentales de la novela: el doble y el mito del artista-creador. Frankenstein es una novela de duplicidades: el monstruo es imagen y semejanza de su creador, y ambos son un reflejo de la propia Mary Shelley, de modo que no extraño que en estas series proliferen los dobles (especialmente en «Freak Show» de AHS).

    

Imagen promocional de Westworld, serie estrenada en 2016.

Imagen promocional de Westworld, serie estrenada en 2016 / HBO Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International via Wikimedia Commons.

La novela de Shelley, por otra parte, establece una estrecha conexión entre el monstruo y la propia obra literaria («my hideous progeny», en palabras Shelley), poniendo en paralelo dos actos creativos: el de dar vida y el de la escritura. Se materializa así el mito romántico del artista-creador, que también está muy presente en Westworld, un parque temático donde la existencia de los robots (los anfitriones) depende íntimamente de las líneas narrativas que se les adjudica (el escritor –parece sugerirse– puede llegar a ser el verdadero Dios).

Las series de televisión seleccionadas en este estudio son un claro ejemplo de que Frankenstein o el moderno Prometeo sigue en constante revisión. Los conflictos que se plantean en esta obra están ahora más presentes que nunca: la inteligencia artificial conquista terreno por momentos; confiamos en dispositivos como Alexia, Siri o ChatGPT para encontrar respuestas a preguntas cotidianas, resolver problemas complejos o incluso crear arte; una casa entera puede controlarse a través del móvil. ¿Estaremos perdiendo la batalla? Como dice Italo Calvino “un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”, y este, sin duda, es el caso de la novela de Shelley.

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Ana González-Rivas Fernández es doctora en Filología y Licenciada en Filología Clásica e Inglesa por la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente es profesora contratada doctora de Filología Inglesa en la Universidad Autónoma de Madrid. Sus principales intereses radican en la literatura gótica y fantástica angloamericana, la literatura comparada, la mitocrítica, los estudios de recepción, la intermedialidad y la cultura popular. En cuanto a la intermedialidad, le interesan especialmente las interacciones entre la literatura y el cine o los cómics. En sus publicaciones académicas ha explorado la obra de autores como Mary Shelley, George Eliot, Elizabeth Barrett Browning, Charles Robert Maturin, Edgar Allan Poe, M. R. James o Edward Bulwer-Lytton.

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Referencia bibliográfica:

González-Rivas Fernández, A. 2022. “El mito de Frankenstein en series de television contemporáneas: monstruosidad, rebelión y maternidad en la construcción de la identidad del siglo XX”, en Mesa Villar, J.M.; González-Rivas Fernández, A.; Miralles Pérez, A.J. (Eds.) Revisiones posmodernas del gótico en la literatura y las artes visuales, Ediciones Universidad de Salamanca, Salamanca.

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